Poco antes de presidir el Consejo de Ministros, María Jesús Montero lamentaba el desprecio que sufren las mujeres andaluzas. Da vértigo pensar adónde habría llegado esta señora de no haber portado esas dos pesadas cargas. Hoy acapara tal catálogo de títulos que si Isabel II resucitara y ambas se toparan por la calle, la monarca se postraría de hinojos en el piso. Montero es vicepresidenta primera del Gobierno, ministra de Hacienda, vicesecretaria general del PSOE, secretaria general del PSOE andaluz y aspirante a presidenta de la Junta de Andalucía. Y aún se quejará de que se le hurta la gloria por su condición.
Como en España hay mujeres que son presidentas autonómicas, como Ayuso, Guardiola o Buruaga, y hay andaluces que llegaron a presidir el Gobierno, como Felipe González, cabe concluir que es la fatal confluencia del cromosoma y el gracejo lo que lastra las posibilidades de María Jesús Montero. Aunque, bien pensado, en Susana Díaz se daban ambos y ahí estuvo, donde Montero aspira a estar. A ver si el problema va a ser otro, porque a Montero tampoco le ha ido tan mal. Lo ha conseguido casi todo, no ya siendo mujer y andaluza, sino además desconociendo los rudimentos elementales de la presunción de inocencia. Puede juzgarse como un exceso de paternalismo el que se lo explicaran el CGPJ y todas las asociaciones judiciales. O puede que, sencillamente, estuvieran velando por la salud pública, noble fin por el que merece la pena el riesgo de pasar por machista o andaluzófobo.
De un tiempo a esta parte, Montero ocupa el fin de semana en poner en circulación algunas sandeces divisivas. A esta categoría pertenece la ya citada impugnación del Estado de derecho o su más reciente cuestionamiento de la competencia de los médicos que han sido formados en la universidad privada. La razón por la que su discurso se ha extremado hasta este punto grotesco es su candidatura. Es algo, la condición de candidato, más si es underdog, que desquicia al político más templado. Si los estrategas socialistas consiguieron convertir a Ángel Gabilondo en una belarra alopécica, a saber qué estridentes registros lograrán arrancarle a Montero en esta incipiente campaña andaluza.
En los mítines, Montero habla como si la vida le fuera en cada frase. Es la clase de hipermotivación de quien busca desesperado un poco de atención. Este es el sino de los ministros a los que Pedro Sánchez ha degradado a la condición de oposición regional. Y tal es la dignidad de su ministerio, convertido en un megáfono de consignas desesperadas.