Una panor�mica a�rea de la Ciudad Condal, con sus casas apelotonadas que llegan a escalar la monta�a y la emblem�tica torre de Aguas de Barcelona destacando por encima de todo. (Foto: Juan Echevarr�a).
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...El grupo de personas, que se hab�a citado al principio de las abarrotadas Ramblas, camina por una sombr�a calle que, a�n no existiendo peligro alguno, no invita en absoluto a ser paseada. El �nico establecimiento que alegra el Arco del Teatro es el quiosco La Cazalla, justo al inicio de la v�a, bajo el arco de la entrada que lo camufla como si fuera un porche. Se trata de un min�sculo chiringuito, que data de 1912 y que sirve alcoholes diversos, aunque los pintores y dem�s artistas que han hecho suya las Ramblas acuden esta ma�ana fresca de primavera para tomarse un caf� bien calentito.
El Arco del Teatro estuvo lleno en su d�a de burdeles, incluso en los a�os 30 acogi� el prost�bulo m�s popular de la ciudad, Madame Petit, y hace poco m�s de una d�cada era f�cil encontrar all� todo tipo de sustancias ilegales. Con semejante reputaci�n no es de extra�ar que Carlos Ruiz Zaf�n situara aqu� su misterioso Cementerio de los Libros Olvidados...
Uno de los miembros del grupo que se ha apuntado a este tour literario se detiene frente a un portal, v�ctima de los grafiteros como otros tantos del casco hist�rico de Barcelona: una puerta desvencijada en un edificio abandonado, a buen seguro residencia de okupas. Quiz�s sea all� donde se iniciara la historia del joven Daniel Sempere, protagonista de La sombra del Viento, pero es imposible saberlo y tendr� que ser la imaginaci�n de cada uno la que lo determine.
Hemos venido a Barcelona para encontrar ese halo de misterio tan presente en las novelas de Zaf�n: �existir� realmente esa ciudad inquietante de la que nos habla el autor o ser� todo fruto de su fantas�a? Sin dudarlo, existe: la almendra central de Barcelona posee un aire rancio, como de metr�poli a la que le cuesta despertar de su pasado, como si le resultase inc�modo desprenderse de una espesa pero invisible niebla, una sensaci�n bien palpable a pesar de la multitud de turistas que toman sus calles los fines de semana y festivos. Y es que, si desde los Juegos Ol�mpicos de 1992 la urbe es un hervidero que recibe miles de visitantes, con los itinerarios literarios nacidos al calor del �xito de novelas superventas como la de Zaf�n -o la tambi�n famosa La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones- Barna est� a�n m�s de moda.
El barrio G�tico, uno de los preferidos por los for�neos, y sus laber�nticas calles acogen buena parte de los lugares que recrea Zaf�n. Y uno de los que probablemente tenga m�s encanto es la Plaza de San Felipe Neri. Se accede a ella a trav�s del callej�n de Montju�c del Bisbe, una siniestra v�a (la primera misteriosa que nos encontramos) que transpira tiempos medievales y que en su d�a estuvo cerrada por una pared, al otro lado de la cual hab�a un cementerio jud�o.
La plazoleta de San Felipe Neri es un remanso de paz que nada tiene que ver con la bulliciosa y cercana calle del Bisbe: no hay apenas gente y los que se ven son trotamundos de aire despistado que han hecho suyo el suelo para beber cerveza y cantar canciones junto a sus perros. Una fuente circular con un surtidor del que ya no mana agua -un cartel de la Generalitat reza «Fuente vaciada por ahorro de agua», signo inequ�voco de la carest�a del l�quido elemento que sufre la capital catalana- ocupa el centro de esta plaza de aires rurales. Sin embargo, este ambiente tan pac�fico no debe confundirnos, ya que aqu� se vivieron momentos tr�gicos en el pasado, como as� lo testimonia la pared de la iglesia en la que se aprecian huellas de metralla: este barrio fue bombardeado tres veces a finales de enero de 1938 y en este punto, concretamente, cay� una bomba que caus� la muerte a 42 personas, a las que se homenajea desde una placa colocada en la pared.
Barcelona est� plagada de lugares con historia, de sitios de recogimiento y de iglesias: una de las m�s bonitas es la de Santa Se�ora del Pi, situada en la agitada Plaza del Pi. Hay sitios que no necesitan de ornamentos, que se presentan al p�blico con sus paredes desnudas y que resultan as� sobrecogedores. Y ese es el caso de esta iglesia, construida en los a�os 1319 y 1391. Quiz�s el exterior no diga nada a primera vista -su fachada, g�tica, tiene un roset�n considerado uno de los m�s grandes de Europa- pero uno cambiar� de parecer nada m�s atravesar la puerta. A esta hora hay bastantes fieles y muchos turistas que pasean por el interior del templo, del que destacan su amplitud -no hay columnas que perturben la perspectiva- y las hermosas vidrieras que no son las originales ya que las actuales datan de 1771. Aqu� contrajeron matrimonio dos personajes de la novela de Zaf�n: Sophie Carax y Antonio Fortuny.
ANTICUARIOS Y MODERNIDAD. De nuevo en el exterior llama nuestra atenci�n una decimon�nica tienda con su escaparate abarrotado de brochas de afeitar y otros �tiles como los que utilizaba el abuelo, mientras que unos metros m�s all� el internacional dise�ador Custo muestra orgulloso sus modelos en otra tienda: tradici�n y vanguardia no parecen estar re�idas.
Vamos hacia la cercana calle Petritxol, famosa por dos razones. La primera es que fue en esta arteria donde en 1840 abri� sus puertas el Sal� Par�s, una de las primeras salas de exposici�n y venta de pinturas y arte de Europa, lo que la convirti� en una zona de moda y paseo para las clases acomodadas de la �poca. Adem�s, el lugar es tambi�n conocido porque en el pasado estaba rodeado de huertos y hab�a granjas con vacas. De ese tiempo sobreviven hoy un par de establecimientos que han conservado la denominaci�n de granja, muy populares entre los barceloneses que suelen frecuentarlos para tomarse un suis (chocolate a la taza con nata) acompa�ado de un melindro (especie de bizcocho), de una ensaimada o de unos ricos churros. Quedan dos granjas en la actualidad, una al principio y otra al final de la calle.
La de Elvira, una vitalista nonagenaria que sigue regentando el negocio junto a su marido Joan, es la primera que nos encontramos: el laber�ntico Dulcinea, con aires de principios de siglo, fue fundado en 1941 y siempre est� a rebosar, as� que es habitual tener que hacer cola para poder acceder al local, una algarab�a de voces. �Pero su chocolate, tan dulce como la amada de Don Quijote, bien merece la espera! Reconfortados el alma y el est�mago, nos sentimos preparados para seguir descubriendo la ciudad, sin m�s br�jula que nuestros propios pasos: esta vez nos dirigimos hacia la calle del Bisbe, dif�cil de transitar pues es una de las m�s visitadas. All� destacan dos edificios: el Palacio de la Generalitat y la Casa de los Can�nigos.
Ambos est�n comunicados por un hermoso puente neog�tico cuya arquitectura enga�ar�a al ojo m�s experto: aunque posee aires medievales, fue construido en pleno siglo XX. Es utilizado por el presidente de la Generalitat para ir y venir a su residencia oficial sin necesidad de salir a la calle y se mimetiza de tal forma con su entorno que incluso le han nacido leyendas: por ejemplo, una dice que este paso era utilizado por los condenados a muerte cuando iban a confesarse, mientras que otra defiende que si alguien quitase el pu�al que atraviesa la calavera situada en la parte inferior del puente, los cimientos de la ciudad se estremecer�an y �sta ser�a tragada por la tierra en un terremoto. �Vade Retro Satan�s! Dejamos atr�s los mitos y nos encaminamos hacia el Born, barrio separado del G�tico por la Via Laietana. Justo al lado del antiguo mercado del Born se encuentra la majestuosa estaci�n: «La estaci�n de Francia estaba desierta, los andenes combados en sables espejados que ard�an al amanecer y se hund�an en la niebla»ï¿½ Era la plena posguerra, seg�n recrea Zaf�n en su obra, pero bien podr�a haber sido ayer, ya que la arquitectura del edificio est� tan bien conservada que podr�a decirse que el tiempo ha sido congelado y que de pronto entrar� por la v�a un tren a vapor�
La primera l�nea de ferrocarril del Estado se puso en funcionamiento en Barcelona, concretamente entre la ciudad y Matar�, aunque la estaci�n en aquellos momentos estaba situada en otra parte. Los trenes empezaron a ser comunes y la ciudad fue creciendo, as� que pronto se hizo necesaria una estaci�n a la altura de las nuevas necesidades. Y as� fue como se tom� la determinaci�n de construir �sta: las obras empezaron en 1926 y la terminal fue inaugurada por el rey Alfonso XIII en junio de 1929, dos semanas despu�s de que diera comienzo la Exposici�n Internacional. Eso s�: sus muros y su cinematogr�fica marquesina sufrieron grandes da�os durante la Guerra Civil, lo que oblig� a su reconstrucci�n parcial tras la contienda. Y una curiosidad: sus t�neles subterr�neos fueron utilizados como refugios anti-a�reos durante ese periodo.
Dejamos a Juli�n Carax, otro de los personajes de Zaf�n, tomando su tren hacia Par�s, y nos vamos a su vez a coger el tranv�a, uno de los pocos (en total quedan cinco) que todav�a transita por la avenida del Tibidabo. La parada del Tranv�a Blau est� al lado del edificio modernista de La Rotonda, que sin duda conoci� �pocas mejores: fue un hotel, despu�s qued� largo tiempo abandonado, funcion� como cl�nica y hoy, casi en ruinas y pendiente de rehabilitaci�n, es propiedad de una inmobiliaria.
El tranv�a, que fue inaugurado en 1902, recorre el tramo en pendiente hasta la plaza del Doctor Andreu y el Pie del Funicular. Este medio de transporte se suprimi� hace relativamente poco, en 1970, conserv�ndose �nicamente el tranv�a Azul, que se utiliza sobre todo como atractivo tur�stico. De hecho, casi todos los usuarios que hacen cola hoy para cogerlo son turistas: «Resultan muy costosos de mantener, las piezas se deben encargar y despu�s hay que hacerlas a medida», explica el amable conductor mientras nos ilustra sobre el funcionamiento de los diferentes mandos.
EL M�S DEMANDADO. No hemos venido hasta la parte alta de la ciudad para sentirnos como a principios de siglo. En realidad, el im�n que nos atrae hasta esta avenida es el caser�n situado en el n�mero 32. «Por el que todo el mundo pregunta», asevera el conductor. En efecto, aqu� se encuentra la casa de la familia Aldaya, el �ngel de Brumas de Zaf�n, donde discurren algunos de los acontecimientos m�s tr�gicos del texto. Sin embargo y a la luz del d�a, no hay nada siniestro y misterioso en esta villa, de aspecto intachable�
Aprovechamos el paseo para subir hasta el Pie del Funicular, desde donde se disfruta de una bonita vista aunque la mejor perspectiva es, sin duda, la que se puede contemplar desde el castillo de Montju�c, al que se accede andando o en funicular. Aunque es un buen trecho, es recomendable subir a pie porque el paseo es agradable y se disfruta viendo a las familias que acuden a esta zona para merendar.
Existen distintas teor�as, pero parece que el nombre del monte proviene de Mons Judaico, monta�a de los jud�os, en alusi�n al antiguo cementerio hebreo de Barcelona que se encontraba en la parte poniente de la monta�a (donde, por cierto, actualmente se encuentra el camposanto del sudoeste). El castillo, prisi�n militar hasta 1960, ha sido testigo de torturas y muertes a lo largo de distintas �pocas y tambi�n algunos de los personajes de la novela fueron confinados y torturados aqu�. Otro lugar que pone la carne de gallina es el Fossar de la Pedrera, donde hubo numerosos fusilamientos durante y despu�s de la Guerra Civil. El enclave fue fosa com�n hasta los a�os sesenta y despu�s se convirti� en un monumento al recuerdo colectivo.
Bajamos de la monta�a y nos dirigimos hacia el Born, barrio en el que reside el protagonista principal de la segunda novela de Zaf�n, El juego del �ngel. Un born era, en la Edad Media, un torneo, un combate de exhibici�n entre dos caballeros, que se celebraba durante las fiestas. «La apertura del museo Picasso supuso una renovaci�n del barrio, que ha seguido transform�ndose en los �ltimos a�os», cuenta Cristina Belenguer, responsable de las visitas literarias de Icono Serveis Culturals.
Las calles de El Born nada tienen que ver con las del G�tico: la presencia de turistas es menor y se respira otro ambiente, a ratos alternativo y a ratos multiracial. La primera v�a con la que nos topamos es la del Rec, que cuenta con bonitos soportales e interesantes tiendas de ropa de dise�o y caf�s. Incluso hay una fruter�a, el Almac�n, cuyos due�os decidieron conservarla tal y como qued� tras ser pasto de las llamas. Desde all� lo mejor es no tener un itinerario fijo y deambular por este hipn�tico y laber�ntico enclave: en Dels Mirallers, una callecita con restaurantes y una singular tienda de abanicos, nos encontramos con una chica que recoge de la basura los �leos que alg�n artista frustrado tir�. Nos sorprende la belleza de los mismos: «As� es Barcelona: la gente tira cosas inimaginables», comenta ella, mientras parte cargada y contenta con dos cuadros bajo el brazo�
Seguimos zambull�ndonos en El Born, en direcci�n a Via Laietana, y nos sorprende la metamorfosis a la que asistimos. Atr�s hemos dejado las tiendas de vanguardia y los coquetos restaurantes para entrar de lleno en la kasba, en un zoco multicultural donde todo tiene cabida: peluquer�as marroqu�es s�lo para hombres al lado de negocios ecuatorianos, carnicer�as musulmanas junto a restaurantes indios, banderas de pa�ses latinoamericanos colgadas de los balcones y todo aderezado con toques de acento cubano de los transe�ntes que vienen y van. �Acaso hemos salido de Barcelona? No, porque la urbe es una y muchas a la vez, y en concreto esta parte de la villa nos hechiza, incluso aunque haya callejones no recomendables para el tr�nsito cuando cae la tarde�
Estamos en la calle Allada Vermell y de repente aparece una plaza popular cerrada al tr�fico y rodeada de edificios decr�pitos que, a esta hora, ha sido tomada por los vecinos que charlan en las terrazas y en los bancos. En este corto trayecto, apenas media hora andando, hemos pasado del dise�o a lo �tnico para acabar en un lugar que nos recuerda al tranquilo ambiente de los pueblos. Sorprendente.
Casi sin querer, nuestros pasos nos conducen a otra iglesia, sobradamente nombrada en la literatura m�s reciente, la monumental Santa Mar�a del Mar, que sufri� tres incendios y varios bombardeos. Se halla asentada sobre una extensa necr�polis: en el subsuelo del templo se encontr� un cementerio paleocristiano, en su entrada principal estuvo el cementerio de la iglesia de las Arenas mientras que en el otro acceso, el del paseo del Born, tambi�n se hallaron tumbas romanas. No sabemos si son los esp�ritus de los aqu� enterrados o si fue la maestr�a de los arquitectos, pero lo cierto es que uno se queda sin palabras cuando llega al interior. La luz natural es escasa, ya que los ventanales est�n muy arriba y, sin embargo, la sabia mano del iluminador ha generado un ambiente digno de cualquier catedral. Santa Mar�a del Mar, de estilo g�tico catal�n, es soberbia y a la vez austera: sus pilares son sencillos, nada distrae la atenci�n y quiz�s sea esa simpleza lo que la hace tan bella. Sus bancos, lustrosos y reci�n barnizados, esperan a los fieles, algunos de los cuales prefieren rezar de pie, frente a alguna virgen de su devoci�n. Sin duda, otro lugar misterioso, uno m�s de los muchos que atesora la ciudad.
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